Mercedes Pereyra, maravilla del oeste De tener que jugar con varones en el club del barrio a referente del fútbol femenino de River: Mercedes “Bebo” Pereyra, una historia de esfuerzo y sueños cumplidos.

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La historia de Mercedes Pereyra, como tantas, empieza en la escuelita de fútbol del barrio: “Maravilla del oeste”, en General Rodríguez. A sus cinco años, a Bebo (como la conocen desde siempre) no le importa tener que compartir la cancha con varones ni le preocupan los reglamentos que van a intentar impedirlo. Solo quiere jugar al fútbol. “Mi papá estaba a cargo de la escuelita del barrio, mi hermana ya jugaba y yo estaba todo el día con la pelota, así que arrancar con el fútbol fue lo más natural para mí”, recuerda. Pero los primeros obstáculos no tardaron en aparecer: “Hasta los 12 años jugué con varones, pero después se fue haciendo más difícil. En la liga se empezaron a quejar porque había una mujer en el equipo y cada vez se hacía más notorio que no querían que yo jugara ahí, así que no pude seguir”.

Lejos de bajar los brazos, supo transformar ese traspié en su gran oportunidad: el fútbol femenino. “El mismo entrenador que tenía con los varones empezó a armar un equipo de mujeres y así empecé. En el 2002, jugando en ese equipo entré en contacto con Mario Giménez, que dirigía a Lugano: un día me vino a ver a General Rodríguez en el torneo nocturno en el que yo jugaba y así llegué al fútbol de AFA”, relata. 

En Lugano vendrían dos años inolvidables para su carrera, porque el equipo peleó el torneo mano a mano con los grandes y porque su gran rendimiento individual le abrió las puertas para cumplir dos de sus mayores sueños: primero, la Selección Juvenil; después, River. “En la Sub-20 me había hecho amiga de Fabiana Vallejos y Evangelina Testa y ellas me habían recomendado en River, hasta que en 2005 las enfrentamos con Lugano, el DT Juan Stigliano me vio y decidió traerme”, cuenta. “Estaba súper contenta –repasa sobre su llegada a Núñez-. Si bien en esa época no existían para el fútbol femenino las comodidades que nos brindan hoy, fue increíble para mí haber llegado al club del que soy hincha”. 

Si hablamos de sueños cumplidos, la historia recién empezaba: en el Mundial Sub-20 Rusia 2006 marcó el primer gol de Argentina en la historia de esa competencia (frente a Estados Unidos), en el 2007 fue parte de la Selección Mayor en el Mundial de China y, al año siguiente, viajó a los Juegos Olímpicos de Beijing (“la experiencia más increíble que puede tener una deportista, lo máximo”).

Mientras tanto, River daba pelea en todos los torneos hasta que, en 2009, llegó el primer título: “Teníamos un equipazo, con jugadoras de Selección y con Diego Guacci como DT”. En aquel campeón también asomaba en Primera Andrea “Pochi” López, la otra referente que hasta hoy sigue defendiendo la banda roja y a quien Bebo no duda en señalar como una de las tres mejores jugadoras con las que compartió equipo (“jugué con muchísimas, pero si tengo que elegir me quedo con Pochi, Fabi Vallejos y Caro Birizamberri").

El 2010 llegó un nuevo título con River, esta vez ganándole la final nada menos que a Boca, en 2011 pasó a préstamo a la UAI Urquiza (donde mantuvo su costumbre y también fue campeona) y en 2014 llegó la hora de volver a casa, otra vez con Guacci como entrenador. Esta segunda etapa en Núñez se extendió hasta 2017, le sirvió para sumar su tercer título con las Millonarias (esta vez con la dirección técnica de Daniel Reyes) y se interrumpió para sumarle una nueva aventura a su carrera: el paso por el Atlético Huila de Colombia. “Salías a la calle y la gente te reconocía, te pedía autógrafos, jugamos una final en El Campín con 32 mil personas en las tribunas. Fue impresionante, una experiencia hermosa por cómo se vive el fútbol femenino allá”, recuerda.

Pero, a veces, la sangre puede más, y sobre todo cuando esa sangre es roja y blanca. “En Colombia se había terminado la competencia del 2017 y me querían para arrancar el 2018, pero River se había clasificado para jugar la Copa Libertadores y no me entraba en la cabeza la posibilidad de perdérmela, así que elegí quedarme”, relata. 

La histórica medalla de bronce en la Libertadores (con un gol a Estudiantes de Guárico que valió el pase a la semifinal y que atesora como uno de los más importantes de su carrera) marcó el inicio de su tercer ciclo con el Manto Sagrado, una etapa que trajo nuevos desafíos y, sobre todo, un avance fundamental: la profesionalización del fútbol femenino en Argentina. “Yo cuando arranqué me levantaba a las 5 de la mañana para irme al trabajo, después a entrenar y volver a casa ya de noche, pero gracias a esta posibilidad pude cumplir con el deseo de vivir del fútbol”, asegura con orgullo, y agrega: “Me pone muy contenta sobre todo por las más chicas, es una posibilidad que van a poder disfrutar”.

De aquellos inicios en el barrio a jugar mundiales y Juegos Olímpicos. De ser la única mujer en un equipo de varones a transformarse en un símbolo del fútbol femenino de River. El largo camino de esta "Maravilla del oeste" que le hizo honor a sus orígenes y construyó una tremenda carrerra sostenida en la perseverancia, el amor al fútbol y dos pilares que señala como fundamentales: “El apoyo total de mi familia y la alegría de vestir esta camiseta que no me pienso sacar hasta el día en que deje de jugar”.